domingo, 6 de diciembre de 2020

EL ENEMIGO ENTRE NOSOTRAS

 

De alguna manera, presentí que aquella joven no era trigo limpio. Hacía ya casi ocho meses que habíamos decidido alojarla en nuestra casa, puesto que deseábamos ayudarla. Ella era una estudiante universitaria que había emigrado desde su tierra para estudiar en Costa Rica. Cuando  se mudó a vivir con nosotros comenzó a trabajar unas horas en las mañanas en mi casa mientras que, por las noches, estudiaba. Pero de un día para otro, empezaron a desaparecer misteriosamente nuestros celulares, relojes y otros objetos personales. Nos pareció de lo más extraño, pero es delicado sospechar de alguien y acusar sin tener pruebas. Así que no lo hicimos.

Las pruebas,  lamentablemente, llegaron  después, y de la manera  menos pensada. Un día, mi hija nos trajo algo que había desaparecido  hacía tiempo.

¿Sabes dónde lo había encontrado? En la habitación de la joven. ¡Tantos meses habíamos estado conviviendo con una enemiga entre nosotros! Me sentí fatal. Y cuando  recuerdo  esta situación, todavía hoy, se me hace interesante  por las similitudes  que tiene con nuestra vida espiritual.

A veces lo olvidamos pero nosotras, las mujeres cristianas, tenemos un adversario, un enemigo, que es el diablo, Satanás. Él habita en nuestro  medio, y créeme que no tiene buenas intenciones. Él es un ladrón que quiere arrebatar de las manos del buen Pastor a las ovejas que él con amor cuida y protege. En algún momento de descuido, de vivir en letargo o con los sentidos demasiado ocupados  en cosas que no aprovechan, el enemigo puede llegar y arrebatarnos aquello que necesitamos para una vida espiritual fuerte: hábitos  de lectura y oración, fe, servicio cristiano… Él desea entrar a tu casa y despojarte de todo eso que sabe que te conduce a la salvación. ¿Se lo permitirás?

«El propósito del ladrón es robar y matar y destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante»  (Juan  10:10, NTV), leemos en las Escrituras. Por eso, si el ladrón quiere usurpar tú fe, tu devoción, tu alegría, tu compasión, tu vida devocional, tus metas, todo lo que más aprecias, no se lo permitas. Vela y ora; presta atención a la salud de tu relación con ese que quiere darte vida plena y abundante.

Abre los ojos en este día. Ponte en guarda, limpia tu casa, invoca su nombre. Invita a Cristo a morar siempre contigo.

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