Un martes por la noche, en mi iglesia, un joven se levantó para contar su testimonio. Pasaba con un amigo por un lugar solitario cuando dos asaltantes los ataron de pies y manos. Después, uno le ordenó al otro:
—¡Mátalos ya!
—¿Pero por qué nos van a matar? ¿Qué les hemos hecho? —quisieron saber el joven y su amigo.
- No obtuvieron ningún tipo de respuesta, pero mientras los asaltantes debatían qué hacer, el joven y su amigo oraban sin cesar, pidiendo a Dios que los librara de aquella situación. De pronto, uno de los asaltantes gritó:
—¡Eh, viene gente! ¡Vámonos corriendo!
—Matémoslos primero —sugirió el otro.
- —¡No, no hay tiempo! —fue la tajante respuesta.
Y así fue como, en aquel lugar apartado, vacío y silencioso, el joven y su amigo pudieron reconocer que Dios había hecho un milagro. Ellos sabían perfectamente bien que a los hombres que los habían asaltado no les temblaba el pulso a la hora de matar. Lo hacían sin piedad alguna. Pero ese día, Dios frustró sus perversas maquinaciones.
La Biblia nos habla de una ocasión en la que David, en su angustia, preguntó a Dios qué debía hacer. Dios le contestó. Inmediatamente, David se puso en camino con seiscientos hombres y llegaron al arroyo de Besor, donde se quedaron doscientos (ver 1 Sam. 30). David tuvo que continuar con solo cuatrocientos hombres, pero se sentía seguro, a pesar de que sus enemigos los amalecitas eran numerosísimos. Humanamente, había cero posibilidades de salir vivos de allí, menos aún con una victoria; no obstante, David sabía que es más poderosa la palabra de Jehová que un ejército. Y así fue.
Querida amiga, hay veces en que parece que tenemos cero posibilidades de alcanzar una victoria. Bien se trate de nuestro carácter, de nuestro matrimonio o de la relación con nuestros hijos, del trabajo, la iglesia o la salud, parece que nunca recuperaremos la paz ni el gozo de vivir. Sin embargo, no es así. Recuerda, en primer lugar, consultarle todo a Dios. No te desanimes. Dios es Dios y finalmente ejecuta sus mandatos. David confió en Dios y obtuvo la victoria. El joven de mi iglesia y su amigo confiaron en Dios y este los libró. Confía tú también; tienes motivos más que suficientes.
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